domingo, 19 de abril de 2015

Me gustan los tipos con barba

Me gustan los tipos con barba. Siento cierta atracción cuando veo una barba caminando. No de esas muy grandes, sino de las prudentes. No de esas que exponen la falta de cuidado, sino las que están puestas ahí mostrando que no quieren estar, pero queriendo. Es como si algo interesante estuviese escondido detrás. Como si en no mostrar el mentón hubiera una cosa mística. Irremediablemente, me gustan los tipos que llevan barba y no sé de donde salió tal encanto. Tal vez es algo de la televisión o el cine. Tal vez alguien quiere que a las mujeres nos gusten los tipos así, y entonces inventa galanes con este tipo de cosas. Tal vez tenga algo que ver con las teorías de Darwin. Tal vez está en mis genes. Tal vez es cuestión de moda. Tal vez me aburra de ellas en unos años. 

Fuente: 100 Beards - http://100beards.tumblr.com/page/5
La atracción por las barbas se llama ‘pogonofilia’, y dicen que es una ‘parafilia’. Las filias, ‘son aficiones o atracciones a determinadas realidades o situaciones. Significan lo contrario que las fobias que hacen referencia a los miedos’. Parafilia es un ‘patrón de comportamiento sexual en el cual, en general, la fuente predominante de placer no se encuentra en la cópula, sino en otra actividad’. Algunos comportamientos parafílicos usuales son el sadismo, el masoquismo, el exhibicionismo, el voyeurismo, la zoofilia, la coprofilia, la necrofilia, el fetichismo y el frotismo (Wikipedia). 

La atracción por las barbas puede ser catalogado como un fetiche. Yo no sé si mi encanto por ellas sea todo esto, el caso es que me gustan. Me gusta escuchar el roce de una barba con mi pelo y tocar. Es como un gusto salvaje. Como una atracción a lo animal, sin llegar a la zoofilia. No me gustan los hombres animales. Los detesto. Una buena barba tiene que estar acompañada de inteligencia y dominio de la barba. Un tipo con barba tiene que sentirse seguro. ¿Como no estarlo? No he escuchado a la primera fémina hetero diciendo que no le gustan las barbas. Aunque deben haberlas, no se preocupen, lampiños.

Los hombres que llevan barba tienen todas las de ganar. Los que la usan, le llevan ventajas a los que no. Le creo más a los que tienen barba. No entiendo a los tipos que se rasuran. Aunque no basta una barba. Y lo saben. Tampoco es atractivo, o por lo menos para mi, cuando está muy bien hechita, o es muy larga, o cuando está acompañada por una barriga que no me deja juntar las manos cuando abrazo. La barba da una sensación de ‘badass’ que fascina. Y no es que me gusten los chicos malos, estoy cansada de los idiotas, de los gamines, de los mediocres, de los farsantes, de los mujeriegos, de los machistas y de los hippies. Veo a la barba como un accesorio dentro de un personaje que es un caballero, un galán, un tipo simpático y divertido. Ver todas esas cosas juntas hace que me transforme en un emoji de carita con ojos en forma de corazón. Irremediablemente, me gustan los tipos que llevan barba y sé que con este post puedo estar en desventaja, pero no me importa. 

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viernes, 3 de abril de 2015

En la olla

Desde que llegué a Brasil cocino, me auto-alimento, y cuando me di cuenta que tenía que hacerlo por mi misma, empecé a ver cual era la manera ideal y la más práctica. Tengo casi 3 años cocinándome, exceptuando cuando voy a Colombia de vacaciones, y aunque no soy una experta en la cocina, puedo decir que he aprendido ciertas cosas.
El mundo de la cocina es fantástico. Hay tantos colores, sabores, formas, aromas, recetas, tradiciones, historias. Es increíble ver que el resultado de sumar ingredientes muchas veces no es nada parecido con comer los ingredientes solitos. La cocina evoca memorias. Recuerdo que para Navidad y Año Nuevo una de mis tías cocinaba,  y ponía a todo el mundo a picar verduras para que todo fuera más rápido. Y mientras se tomaba una cerveza me decía: “Si, ese es el tamaño de los cubos de zanahoria. Mas o menos un centímetro”. Y de repente yo veía que le echaba un poco de la cerveza que se tomaba al pernil que estaba preparando, y yo no entendía muy bien lo que pasaba.

Para mí la Semana Santa tiene sabor a dulce de ñame con galleta de soda, a mongo-mongo con brisa de mar, porque aunque estuviéramos en la playa, alguna de mis tías llevaba un pote con dulce de alguna cosa, y lo repartía después del almuerzo.  

En mi casa siempre hubo un libro que mi papá le regaló a mi mamá cuando se casaron (1975) y que parecía una biblia. Tanto por el formato como por lo importante que era para mi casa. Lo único que faltaba era tenerlo abierto en un pedestal en la sala (o en la cocina). Se llama “Cartagena de Indias en la Olla” (1963) de Teresita Ronán De Zurek. Cuando estaba pequeñita no entendía muy bien si era que Cartagena estaba en la olla, o sea, iba rumbo al abismo, o era realmente que la olla hacía relación a la cocina y que el libro contenía recetas tradicionales de Cartagena.

Montería, mi ciudad natal, queda a unos 300 km de ahí y antes de 1951 ella y otras ciudades, hacían parte del departamento de Bolívar, del cual Cartagena es la capital. Era lo que llamaban el Bolívar Grande. A pesar de que las condiciones geográficas de Cartagena y Montería son diferentes, y que por lo tanto los ingredientes que se encuentran en la zona son diferentes, hay muchas similitudes en la gastronomía monteriana y la cartagenera. O por lo menos así se dio en mi casa. Los plátanos en tentación, el arroz con coco, la torta de pan, y otras miles de recetas, hacían parte de la mesa. También la cocina árabe está en mi recuerdos de infancia y un plato muy particular que trajo mi abuela de sus raíces del sur de los Estados Unidos: el Chile con carne.


Me da orgullo decir que cocino todos los días. Primero porque es de alguna manera una declaración de guerra contra los grandes restaurantes, es más saludable, más barato, y estoy aprendiendo a hacer algo por mí misma que me hará más autosuficiente y me permitirá llevar a otras generaciones lo que aprendí de mi mamá, de mis tías, de la gente que veo cocinar, del libro de recetas, de las cosas que veo por internet y de algunas cosas que no están escritas en ninguna parte. La cocina además de recuerdos, revive costumbres, y contribuye a que llevemos una vida más lenta, dentro de tanto alboroto.

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