Estar solo es sacar las llaves de la cartera, abrir la puerta y saludar a la gente de tu casa con una gran sonrisa cuando por dentro estás más triste que la película “La vida es bella”.
Estar solo es no tener quien rascarte la espalda, ni hacerte un masaje, ni verte un granito que tienes en la oreja.
Es ir a cine solo, y luego dar una vuelta al parque y sentir un mareo como de whiskey al ver tanta gente junta.
Estar solo es aprender a escoger las frutas, las verduras, aprender a cocinarte, es tomar pequeñas (y grandes) decisiones sin consultarle a nadie.
Es ver pasar una noche del viernes con ganas de hablar con alguien y no saber con quien. Es mirar todos los contactos del celular una y otra vez sin escoger un nombre, y quizás intentar un chat en Facebook.
Estar solo es sentirse invencible, y duro, tanto que a la vida le puedes bailar un tango, si es necesario. Y luego darte cuenta que te puedes caer dando la vuelta, que un tacón se puede partir, que no todo está bajo control.
Estar solo es dormir abrazando a tu almohada.
Es conocer mucha gente en la calle, pero ninguna que te acompañe al dentista cuando tienes dolor de muela.
Estar solo es tomarte café con un libro y de vez en cuando un mensaje en el Whatsapp.
Es bailar solo frente al espejo.
Estar solo es salir a la calle con una ropa que te queda horrible, o con un maquillaje mal hecho.
Es sentir tanto silencio que escuchas la televisión del vecino.
Estar solo es querer un gato, o un perro.
Es no tener más opciones en Netflix.
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